La Peste 12

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Κρίσις (Crisis)

            El término ‘caos’ aparece repetidamente en los análisis de la realidad contemporánea. Es un vocablo que se ha puesto de moda en los últimos tiempos. De alguna manera, vino a reemplazar a un término que se venía utilizando desde el siglo XIX: ‘crisis’. Éste está emparentado con ‘crítica’, también de uso difundido, pues la etimología común remite al significado ‘juzgar’, ‘juicio’. Se ha hablado de múltiples crisis: de la familia, del Estado, de la sociedad, de la moral, de la ciencia, de identidad, de la civilización, del eco-sistema y muchos etcéteras. ¿Qué hay de la crisis del capitalismo? Más allá (o más acá) de los análisis de Marx, Spencer o Keynes, ¿qué hay de la crisis del capitalismo hoy?

            En un libro del sociólogo alemán Wolfgang Streeck, titulado How Will Capitalism End? Essays on a Failing System (2016) [Wolfgang Streeck, ¿Cómo terminará el capitalismo? Ensayos sobre un sistema en decadencia, Madrid, Traficantes de sueños, 2017] se aborda frontalmente el tema de la crisis permanente del capitalismo y la inminencia (o no) de su final. El autor sostiene allí que la situación es “más crítica que nunca desde el final de la Segunda Guerra Mundial” [67]. Enumera una serie de problemas irresueltos o mal resueltos que se refuerzan mutuamente. La inflación global en la década de 1970 fue seguida de un aumento de la deuda pública en la década de 1980, y la consolidación fiscal en la década de 1990 llego acompañada de un aumento elevado de la deuda del sector privado.

Se destacan tres tendencias a largo plazo: 1. La primera es el declive persistente de la tasa de crecimiento económico, agravado recientemente por los acontecimientos de 2008. 2. La segunda, asociada a la primera, es un crecimiento igualmente persistente de la deuda global en los principales Estados capitalistas. 3. La tercera, la desigualdad económica, tanto de ingresos como de riqueza, lleva varias décadas aumentando. Estas tendencias son insostenibles a largo plazo, pues el capitalismo como orden social y forma de vida depende de manera vital del progreso ininterrumpido de la acumulación de capital privado. “La perpetuación de un crecimiento cada vez menor, una desigualdad cada vez mayor y una deuda paulatinamente creciente no es un escenario sostenible de modo indefinido, que puede desembocar además en una crisis de naturaleza sistémica cuyas características son difíciles de imaginar” [70]. Una crisis sistémica es aquella en la que el conjunto deja de funcionar como resultado de sus propias leyes inmanentes. ¿Acaso los organismos internacionales no son concientes de la situación? ¿No hay alternativas? “…Tal como están las cosas, la única alternativa al mantenimiento del capitalismo mediante el incremento ilimitado de la oferta monetaria es intentar reanimarlo por medio de reformas económicas neoliberales, como se desprende con toda precisión del segundo subtítulo del informe anual del Bank for International Settlements (BIS) de 2012-2013: ‘Mejorar la flexibilidad: la clave para el crecimiento’. En otras palabras, remedios amargos para la mayoría, combinados con mayores incentivos para unos pocos” [72]. Esta alternativa, sin embargo, fractura la conjugación del capitalismo con la democracia, que se construyó en la etapa de la ‘guerra fría’, “cuando el progreso económico hizo posible que la mayoría de la clase trabajadora aceptara un régimen de libre mercado y propiedad privada, resaltando a su vez que la libertad democrática era inseparable, y de hecho dependiente, de la libertad de los mercados y la búsqueda de beneficios. Sin embargo, hoy en día, han vuelto con fuerza las dudas sobre la compatibilidad de una economía capitalista con un sistema de gobierno democrático” [72]. Para el autor, la premisa de que los Estados tenían la capacidad para intervenir en los mercados y corregir sus resultados en beneficio de los ciudadanos daba base a la legitimidad de la democracia desde la postguerra, pero la desigualdad progresiva de las décadas siguientes sumada a la impotencia de los gobiernos para modificarla han puesto en duda aquella premisa, conduciendo a una deslegitimación de los gobiernos y del Estado. El liberalismo y la democracia no han sido siempre aliados, más bien al contrario. Los neoliberales y los ‘libertarios’ hayekianos han retomado posturas abiertamente antidemocráticas. “Un tema fundamental de la retórica antidemocrática actual es la crisis fiscal del Estado contemporáneo, tal como queda reflejada en el extraordinario aumento de la deuda pública desde la década de 1970. El creciente endeudamiento público se achaca a la mayoría del electorado que vive por encima de sus posibilidades a base de aprovecharse del ‘fondo común’ de la sociedad, y a los políticos oportunistas que compran el apoyo de los votantes miopes con dinero que no tienen” [73]. En la Argentina reciente, este ha sido el discurso dominante en el staff gobernante. La última cita de Streeck nos recuerda las declaraciones de González Fraga cuando era titular del Banco Nación (por lo menos la primera parte). La política de desdemocratización también se lleva adelante con el incremento de la privatización de las finanzas públicas: “La ‘independencia’ de los bancos centrales, tal como se formalizó en muchos países en la década de 1990, puede ser considerada como una forma de reprivatización” [75]. La creación y expansión de los organismos transnacionales o multinacionales opera en este mismo sentido subordinando a las democracias. “En Europa, las políticas económicas nacionales, incluso el establecimiento de los salarios y la elaboración del presupuesto, están cada vez mas gobernadas por agencias supranacionales, como la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, que están por encima del alcance de la democracia popular” [75]. En Argentina, además, toda la política económica terminó ‘gobernada’ por el Fondo Monetario Internacional, en 2018 después que el organismo concediera el crédito más grande dado a cualquier país. Desde la perspectiva de Streeck, el capitalismo ha resultado triunfante en su lucha contra los nacionalismos, el fascismo, el comunismo y podría decirse, incluso, contra la democracia. “El avance capitalista ha destruido ya prácticamente todas las agencias que pudieran estabilizarlo a base de limitarlo.” [78]  Pero, esto no lo convierte en el estado final de la historia humana.

            “En vista de las décadas de caída del crecimiento, de aumento de la desigualdad y de endeudamiento creciente, (…) considero que ya es hora de definir el capitalismo como un fenómeno histórico, que no solo tiene un comienzo, sino también un final” [77]. La tesis de Streeck es que el capitalismo se autodebilitará ‘por un exceso de éxito’. “La imagen que tengo del final del capitalismo (un final que creo que ya está de camino) es la de un sistema social con un fallo crónico, por sus propias causas y al margen de la ausencia de una alternativa viable” [78].  Las tres tendencias progresivas que se han mencionado más arriba (el crecimiento económico, la igualdad social y la estabilidad financiera) se refuerzan mutuamente incrementando la incertidumbre, las crisis de todo tipo (de legitimidad, de productividad o ambas) y la ingobernabilidad, ya que no existe ninguna fuerza actual disponible que pueda alterar esas tendencias. No obstante, el inevitable final no debe ser imaginado como un acontecimiento catastrófico sino como un proceso.

Hablar de sistema, de debilitamiento sistémico y de crisis plantea la cuestión de cómo definir el capitalismo. Dice Streeck: “…el capitalismo [se define] como una sociedad moderna que asegura su reproducción colectiva como un efecto colateral no intencionado de la optimización racional individualizada de los beneficios competitivos en busca de la acumulación de capital, por medio de un ‘proceso de trabajo’ que combina capital de propiedad privada con fuerza de trabajo mercantilizada, cumpliendo la promesa de Mandeville de convertir los vicios privados en beneficios públicos. Esta es la promesa que el capitalismo contemporáneo ya no puede cumplir: la de terminar su existencia histórica como un orden social que se auto-reproduce, sostenible, previsible y legítimo” [79]. Pero, si el capitalismo ha logrado vencer a cada una de las oposiciones que lo han enfrentado durante tres siglos, ¿por qué no podría también superar la crisis actual? “La derrota de la oposición al capitalismo –dice Streeck- puede que haya sido una victoria pírrica, que le libra de fuerzas de contrapeso que, aunque sean molestas a veces, lo habían apoyado en la práctica. ¿Podría ser que el capitalismo triunfante se haya convertido en su propio peor enemigo?” [82] En opinión de este autor, la desregulación del trabajo, de la explotación natural y del capital, eliminando controles y límites, lleva a una mercantilización completa y a la destrucción del sistema. “En las tres fronteras de la mercantilización (el trabajo, la naturaleza y el dinero) las instituciones reguladoras que restringen el avance del capitalismo para su propio bien se han derrumbado, y tras la victoria final del capitalismo sobre sus enemigos no se vislumbra ninguna agencia política capaz de reconstruirlas” [95] Hayekianos y neoliberales creen poder encontrar una solución incentivando las tres fuentes de valor para la economía política clásica: la tierra, el trabajo y el capital, lo cual se logra con una mayor desregulación: desregulación de la explotación natural, del trabajo y del capital, eliminando controles y límites. Pero esta ‘solución’ que lleva a una mercantilización completa es la terminará en la destrucción del sistema. “El trabajo, la tierra y el dinero se han convertido simultáneamente en áreas de crisis después de que la ‘globalización’ haya dotado a las relaciones y a las cadenas de producción del mercado de una capacidad sin precedentes para traspasar los límites de las jurisdicciones políticas y jurídicas de las naciones. El resultado es una desorganización fundamental de los agentes que, en la época moderna, han domesticado más o menos exitosamente los ‘espíritus animales’ del capitalismo, en beneficio de la sociedad en general, así como del propio capitalismo” [85-86]. La desregulación no es la solución, sino todo lo contrario, es la fuente de cinco problemas que están a la base de la crisis actual y que no pueden resolverse desde el mismo sistema: estancamiento, redistribución oligárquica, saqueo del dominio público, corrupción y anarquía global.

Streeck basa sus predicciones en las tendencias del sistema afianzadas en el último medio siglo y sostiene que el derrumbe del capitalismo no supone que haya otro sistema que lo releve, resolviendo los problemas que éste no puede resolver por sí. Retoma así las tesis de Marx sobre la crisis del sistema (contradicciones necesarias inmanentes), pero no las de su superación (constitución de un sujeto revolucionario, dictadura del proletariado, socialismo, comunismo). En Marx, estos dos grupos de tesis están vinculados entre sí, porque el incremento del capital produce necesariamente un incremento proporcional de la proletarización de los trabajadores, ya que el trabajo es la única fuente del valor y el capital requiere de la apropiación del plusvalor del trabajo para incrementarse. [Ya es hora de volver a pensar este problema de la fuente del valor y el origen de la riqueza. Con ello se hace necesario repensar también el valor del salario y de la moneda]. El crecimiento del capital es, entonces, el acrecentamiento paralelo de miseria. La contradicción entre la producción de riqueza y la producción de miseria conduce a un explosivo camino sin salida o, mejor dicho, conduce a la destrucción del sistema y su reemplazo por un sistema más racional. Esta es la contradicción sincrónica, ‘sistémica’. Pero también hay que considerar la contradicción ‘histórica’: “En cierta fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o bien, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad en el seno de las cuales se han desenvuelto hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social” [Marx, Karl, Contribución general a la crítica de la economía políti­ca/1857, Córdoba, Cuadernos de Pasado y presen­te/20, 4° edición, 1971, p. 36]. Esta contradicción ‘histórica’ parece haberse resuelto sin que el sistema se revolucione o, al menos, sin que la ruptura haga estallar las ‘relaciones de producción existentes’. El capitalismo logró modificar esas relaciones de producción en alianza con la democracia y el estado de bienestar (en una primera fase después de la última guerra mundial) y luego (en una segunda fase), desregulando progresivamente la ‘libre iniciativa’ del capital. Paradójicamente, en esta segunda fase se han producido menos conflictos (en Europa y Norteamérica) que en la primera (década de 1960). Tal vez porque los conflictos durante la guerra fría se desplazaron hacia el Tercer Mundo. Esto también explica el incremento creciente del flujo migratorio hacia los países ricos de poblaciones cansadas de vivir en la miseria, la violencia y la explotación.